Monday, August 25, 2014

Deber

Si pudiera cambiar el mundo, si tuviera todas las herramientas cognitivas posibles para hacer un cambio significativo en el mundo, por dónde empezaría? Dónde se encuentra el oscuro reducto del mal que debería ser combatido? Cuál es la trinchera en la que me gustaría pelear?

Pienso, medito, hago pocas cosas al respecto. Alguien dijo en algún momento “pensá en la cosa más importante que haya que hacer en este mundo, y si no estás luchando por lograrlo, entonces dónde estás?”

Cuál será la gran batalla de este siglo que ocupará la mayoría de nuestras vidas? Quienes serán los enemigos? Con quienes contamos a nuestro lado? Cuando llegue el momento, podremos discernir en qué orilla nos encontramos? Muchas veces por pereza u omisión decidimos aceptar la esclavitud y la mediocridad.

Necesitaremos ideas y encontraremos enemigos. Las ideas fundamentales, aquellas que nunca vienen de una mente fresca y descansada. Aún más, nunca vienen de una sola cabeza. Fruto maduro de miles de vidas entrelazándose entre sí hasta cubrir una ciudad gris y florecerla. Los enemigos vendrán solos. Tener enemigos es saber que algo se está haciendo. Algo indeleble.

Necesitamos ideas, y debemos ser prolíficos. No es fácil, pero lejos de ser luchadores incansables, hay que aprender a estar cansado y seguir luchando; como bien dijo Felipe. Hay que evitar las distracciones. Hay que hacer algo. A veces ni importa qué, con tal de que haya un resultado al final de este recorrido. En este mundo en necesidad, ninguna mano trabajadora será despreciada. Si no estamos trabajando para un mundo mejor, entonces deberíamos pensar en qué estamos malgastando nuestro tiempo.

No dejo de criticarme y ser duro conmigo mismo al respecto. Quizás sea un estudiante flojo, un falso y distraído lector, un charco tibio de agua dulce, pero estoy seguro de que mis magras habilidades pueden ser de utilidad para alguien. Nunca es tarde! Es preciso desterrar el mito de las vanguardias iluminadas. De genios no está hecho el mundo, ni solamente con ellos podremos cambiarlos.

Es preciso hacer algo, lo que sea. Hay que buscar un resultado, seguir intentando. Ser metódico hasta el cansancio. Poner cientificidad en nuestro arte. Me aterra pensar en el día que sea juzgado por lo que hice en estos años de juventud. Pero no se si me aterraría más ser juzgado por una tribunal, por la sociedad o por mí mismo, arrepentido de haber malgastado mi tiempo.

Wednesday, July 30, 2014

Letter to oneself

"Look, I know it's hard but I don't think it will get any easier from here. My routine is slowly getting disintegrated and, with it, all the traces of my past life.

I look back trying to find a reason for my need to write. I can't find anything. The way human minds fix and erase memories never stops amazing me. I am recovering from the amnesia of a present memory

I think of the times I lived exiled in that huge metropolis. I really try remember how does it feel to be diluted in a crowd, to be part of that wolf that eats her own breeding in order to survive. The weariness and the duties. I know, is not therapeutic to remember the things that are still pending, waiting for someone to accomplish them.

Weariness. Sometimes we feel so unable to deal with this present time that we seclude ourselves between these four walls of our human body. It is necessary that something happens in our lives! And sometimes is ourself that burst and blends into the real world.

Last night I found out that who I was -who I used to be- never existed. Never existed, yet it did happen. My life was a fact, but a fact that wasn´t true. I received true love from alien parents. My name wasn't mine. My story belonged to a group of people that have never seen me before. Their truth -my true story-hurted me more than the lies I have lived with my entire life.

I was expropriated.

How did I know that none of these was really mine?

I often dreamed of a cage. You know, like those cylindrical wire bird cages. This one was inside of a larger cage, which was at the same time inside of an even larger one.

Now I have to leave you forever. I am no longer you.

I often think that we have been looking at those cages for way too long. Even worse, I have the impression that we have been looking at them from outside."

Sunday, May 25, 2014

Carta para Cleto

Hoy buscaba escribir algo,
la inspiración estaba esquiva
Cleto te dejo esta carta,
en forma de poesía.

Había empezado una historia
sobre la esposa del suicida,
quería seguir otro cuento
pero resultó una porquería.

Puse la mente en blanco
para ver si una idea se caía.
Llevo ya casi dos horas,
y la hoja sigue vacía.

Para la próxima querido,
pongámonos una consigna,
la que quieras, yo me adapto
a cualquier cosa que decidas.

También quería contarte,
que empiezo un taller con Battista,
la primera clase es el martes,
sobre lo que escribir significa.

De paso aprovecho el momento,
Para ponerte un poco al día,
Se descompensó el Niño Jefe
Por razones desconocidas.

Parece que no fue grave
Pero tuvo que estar en la clínica
Haciéndose varios estudios,
Con todo lo que eso implica.

Espero que estés muy bien,
Y pronto tu pierna mejore
Ni se te ocurra correr,
Ya no estás para esos trotes.

Me voy despidiendo querido,
Que se está haciendo muy largo
Cuándo volvés por estos pagos,
Te estamos esperando.

Te mando un beso grande,
Hablamos por whatsapp
Espero te guste la carta,

Te dejo, me voy a bañar.

Wednesday, May 21, 2014

en tránsito

"Un amor real es como vivir en aeropuertos"
Charly García & Pedro Aznar

Cuando miro a través del tiempo y siento aquellos pasados convocados y extintos, no dejo de pensar en aeropuertos. Lugares limpios y educados, dominios difusos, carentes de nación.
Mi pecho se oprime al entrar por aquellos espacios restrictos, exclusivos. Los pasillos que discriminan viajeros de los otros, los pasillos que distribuyen destinos y fortunas. El aeropuerto es una gran cinta procesadora de saltos al vacío.

Las luces fluorescentes borran mi sombra, y solo dejan un vaho borroso que apenas se separa de mis pies. Contra mi pierna, una modesta mochila y, en frente, la compuerta.
Viajar es distinto a vacacionar. Un turista no es lo mismo que un viajero. El sentido último de andar en busca de algo que no se puede encontrar en el hogar es bien distinto de la mera idea de dedicar unos días al reposo del cuerpo en preparación al año que se avecina. Cuando viajo me sumerjo, mis emociones se agitan. Feliz y vulnerable a la vez. Viajar es una tarea emocional, ejercicio del tener miedo, gimnasia de la adrenalina. Un aeropuerto es por definición un destino perenne y efímero a la vez. Bien entendido, el aeropuerto es un espacio de reflexiones peligrosas.

Frente a la compuerta, los asientos son especialmente diseñados para ser incómodos. Y siempre un ventanal para apreciar la pista. El lugar del salto al vacío, de la caída hacia arriba. No se puede leer. La inquietud inunda y la espera es una tarea fundamental para la existencia del aeropuerto. Me ocurre que tengo una suma generosa de tiempo para invertir en absolutamente nada. No hay que ser eficiente, no hay tareas. Solo esperar. Vivir así me recuerda que yo debería ser un niño todavía, con nada en concreto por hacer, todo por explorar. Miedo de las cosas que nos dan miedo. Se me ocurre que en algún momento la vida renuncia a este estrés de la incertidumbre, se arrima a una orilla mansa y predecible.

Al igual que todas nuestras decisiones, el viaje es una fatalidad irreversible. En mi cabeza resuena Jack Kerouac. Nothing behind me, everything ahead of me, as is ever so on the road. Llaman por el parlante hacia mi compuerta. Mientras en fila espero, me pregunto cuántos sellos tendrá mi pasaporte cuando me toque dejar de viajar para siempre.

Friday, May 2, 2014

El último beso


Tenía el sabor agridulce de la pronta nostalgia, de un hasta luego que sería eterno. El cálido contacto de sus labios desentonaba con el gélido invierno que se respiraba fuera y se filtraba por las rendijas de ventanas y puertas.
Miró a su alrededor, escudriñando palmo a palmo el recinto. En la mesa más cercana, un grupo de mujeres bebía cerveza mientras contaban, jocosas, sus anécdotas de juventud. Más allá, un hombre sólo, joven y bastante apuesto, leía el suplemento deportivo del diario. El mozo se movía, veloz, tomando y sirviendo los pedidos, cargando bandejas con platos, vasos y sobras; recibiendo la propina de uno y llevando la cuenta a otro. Cercano a la puerta de acceso, un matrimonio y sus dos hijos adolescentes elegían con parsimonia una buena ubicación frente al televisor. En la barra, un viejo comía parado una porción de napolitana con moscato.
Demasiado alboroto. Volvió casi instintivamente la vista hacia él. Allí estaba, firme como siempre consumiéndose en la espera. Sabía que el adiós era inminente. Todos se lo habían aconsejado.
Se detuvo un momento para mirar el esmalte saltado de sus uñas y pensó que pintárselas sería una buena actividad para distraer la mente de la acosadora ansiedad que la invadiría. Porque después de todo la vida sigue, a pesar de…
Volvió a mirarlo por última vez, quería disfrutarlo con todos sus sentidos. Respiró profundamente para sentir en lo más hondo de sus fosas su rutinario perfume.
Lo tomó con su mano derecha y lo estrechó, doblándolo, contra el cenicero.

Allá va el último cigarrillo de tu vida- se dijo.

Monday, April 28, 2014

El prisionero

En la terraza descubierta de de un edificio,un hombre fumaba y pensaba en su angustia por no tener nada que decir.
Fumaba y pensaba. La angustia tenía otro origen, pero a ella se le sumaba ese no tener nada que decir al respecto. O bien no tener cómo hacerlo. Jamás había pensado en el poder subversivo de las artes hasta el momento en que no pudo barrer esa viruta de su estómago, de no poder gritarlo para ser escuchado.
Sufría -siempre en silencio- por una injusticia o un amor, que bien se sabe que son mas o menos la misma cosa. Miraba un punto fijo y distante. Quizás una antena con una luz en su cima, que titilaba intermitente. Miraba y desenfocaba sus ojos. Ahora todo eran tonos oscuros de densidad almibarada, y la luz que aparecía como una mancha gorda y desteñida. Una gelatina, pensó él. Era como mirar bajo el agua de un lago oscuro y transparente. Mientras tanto seguía con la mente en estado de vacío absoluto.
Interrumpió su mirada dislocada el humo del cigarrillo que se le vino a los ojos cuando le dio una penúltima pitada. El eco distante de la autopista le daba a la noche esa impresión de jungla distópica e infernal. Y una brisa suave y fresca, bien porteña, como para recordarle que no todo era un producto humano. A pesar del nuevo edificio de la compañía de seguros, todavía podía ver una mitad del cartel publicitario que su abuelo había levantado hace sesenta años.Todos sabían que no era cierto, pero él insistía en que aquel había sido el primero en levantarse en la ciudad. Él ni entendía el concepto: poner la imagen de un Granjero y designar un nombre para el arroz le parecía ridículo. No es un nombre, es una marca, le dijo uno de sus compañeros.
Con sus luces reflectores, el cartel que su abuelo había ayudado a levantar derramó nuevas sombras. Sin saberlo, el abuelo había clamado toda su vida ser artífice de la nueva corrupción.
De a poco, esas marcas dejaron sus rostros humanos para comenzar a vender fantasías, mundos mejores o bien comercialmente más agradables. Se acordaba del auto que habían comprado sus padres cuando tenía 6 años. Sufrían sus expensas pero cada vez que iban a salir de paseo su padre se asomaba cantando esa canción con la que anunciaban el modelo en la radio.
No tardaron demasiado para que empezaran a reclamar lealtades, que hiciéramos cosas con su nombre, en su honor. Nuestras actividades comenzaron a estar estampadas, vigiladas en secreto. Sin darnos cuenta empezaron a haber cosas que no podíamos pensar, hacer o mencionar sin ellas.

Y todo fue tan real y paulatino.

La luz roja de aquella antena seguía emitiendo señales a la nada misma. El cigarrillo estaba consumido y moría en la vereda. Desde la terraza, el hombre seguía mirando a la única luz que permanecía encendida. El apagón en la ciudad era total. Un problema o bien un ataque. ¿terrorismo subversivo? Pensaba mientras lloraba en silencio. Quería ser parte de esa tranquilidad que sabía que sería breve. Quería sentirse liberado, ser un eufórico presidiario que sabe que logró escapar. O un niño cuando sale de la escuela. Pero no podía. No podía ser libre en esa oscuridad. Quería volar, y no sabía cómo hacerlo. Quería pensar y no tenía motivos para hacerlo. No podía recuperar su voz, no tenía nada que decir.

Entonces, prendió otro cigarrillo y se limitó a esperar en angustia y silencio a que volviera la luz.


Saturday, April 26, 2014

La Venus de Valdivia

El inmenso cielo gris parecía desplomarse de un momento a otro como la pesada y arcillosa cabellera de una Venus valdiviana. Un aire espeso y pegajoso le enmohecía los recuerdos de juventud, que aún conservaba añejados en algún rincón de su existencia, y el sempiterno vaho pestilente, emanado de las aguas servidas por los desbordes del río Jubones, ambientaba su vida cargada de presentes sórdidos y futuros inciertos.
            Desde la primera vez que puso un pie en aquel emputecido y recóndito paraje, alejado de la modernización y de las promesas de progreso con las que fue atraído, había sentido el tábano de la frustración inflamándole la piel.
             Pese a todas las desgracias y los sinsabores, Ramón Inés Miranda Jurado no se imaginaba viviendo en ningún otro sitio.
            Tumbado en la cama, fumando el décimo cigarrillo en lo que iba del día, evitaba sumergirse en el agobiante sopor de la siesta. Desde un rincón de la vieja y desvencijada mesa de luz, el retrato de María del Rosario Vargas Cepeda, su mujer, lo observaba nostálgico.
            Le hubiera gustado saber leer o tener un televisor para poder distraer la mente de las remembranzas que lo amenazaban una y otra vez con salir a flote. Imágenes en tonos sepias de un pasado que auguraba ser feliz y no lo fue.
            Hacía 20 años, allá en los lejanos ´80, había llegado junto a su esposa, cambiando los arrozales por las plantaciones de banano. Con unos pocos trastos y muchas ilusiones bajo el brazo, se instalaron en la humilde casona que ellos mismos construyeron con caña guadua elevada sobre el nivel del suelo.
            Por entonces, intentaban ansiadamente la paternidad. No pasaba una sola noche en que, a pesar del agotamiento físico y del sofocante calor húmedo que se respiraba en la pequeña habitación de dos por dos, no buscasen el embarazo.
            Habían seguido todos y cada uno de los consejos que las comadronas del barrio sugerían: las infusiones a base de damiana; las estrambóticas posiciones postcoitales que María del Rosario mantenía hasta que la lumbar le pedía basta; los cálculos fértiles con los ciclos lunares; las novenas a San Ramón Nonato, los días previos al 31 de agosto. Sin embargo, todos los meses la mujer recibía con puntualidad el manantial de sangre que ponía fin a las esperanzas acumuladas durante los 28 días anteriores y atizaba el fuego de la ilusión para los siguientes.  
            Recordaba esos meses devenidos en años como un lento desgaste. Un dolor en medio del alma que le azotaba su ya difícil existencia. Un leve sabor a decepción.
            Inmersos en esa maraña de esfuerzos inútiles y privaciones se encontraban cuando la epidemia de paludismo de 1992 se llevó a María del Rosario y con ella todos los proyectos que alguna vez tuvieron.
            A sus apenas veinte y tantos años, Ramón Inés Miranda Jurado se había quedado pobre, viudo y solo. Sumaba, así, uno más a la lista de sus fracasos.
            Decidió entonces que no tendría más deseos. No volvería a casarse ni tendría hijos. Viviría la vida como una indefectible transición hacia la muerte, consagrada al culto de los recuerdos y la ausencia...
            Paladeó el salado gusto de las lágrimas una, dos, cientos de veces hasta la náusea.
            De repente, afuera había comenzado a llover. El monótono sonido del aguacero lo arrancó de sus desdichadas memorias para traerlo a su no menos desdichado presente.
             


Monday, April 7, 2014

Fin de clases

Si no fuera por Esteban, su amigo compañero de banco, él jamás se hubiese enterado que al colegio lo iban a derrumbar apenas una semana después de su graduación.

Siempre más tímido y reservado, Federico sabía que la personalidad de Esteban era notable. Agudo e inquisidor, tenía el poder de la palabra y la intuición de su lado. Esa sensibilidad especial le dio de grande un gusto por los negocios excéntricos. Como cuando, ya más grandes, se enteró de la vuelta de Perón. Lo primero que pensó fue en salir a vender choripanes a Ezeiza. Nos los sacan de las manos Fesé. Ese era su argumento, tan apropiado para aquella la fiesta popular como para cuando volvió a proponer el mismo negocio no mucho después, el día del gran luto nacional.

Pero uno años antes en aquella otra tarde, con un calor en diciembre que vaticinaba un verano atroz, ambos recibían su diploma enrollado y una medallita de metal opaco y dudoso. Federico sabía que estaba viviendo por última vez la ceremonia del fin de clases. No estaba seguro de sentirse ansioso de dejar todo aquello atrás, o algo apenado y nostálgico. Después de todo, las últimas semanas de clase resultaban siempre una especie de preludio vacacional en plena jornada educativa. Las maestras corregían y tomaban recuperatorios mientras el resto divagaba en planes veraniegos. Era un tiempo de ocio ganado al estudio. Aquellos que sufrían de un amor juvenil disfrutaban de ese júbilo prematuro con una angustia agregada. Sabían que quedaban pocos días para hacer alguna jugada, para acercarse, invitarla a salir, o al menos organizar una reunión con la excusa de tener una chance más afuera de las aulas. Otros, igualmente enamorados pero resignados, se limitaban a tratar de retener en algún lugar su imagen, alguna notita con su letra o el aroma del shampú que olían cuando se acercaban a su cabeza. En la clase de historia, charlando en una de esas asambleas celebradas en un banco alejado de la profesora que corregía, Esteban le contó la novedad.

- Te lo juro Fesé. No lo escuché porai, lo leí en unos papeles en lo de la directora-. Esteban gozaba de una reputación que lo hacía visitante frecuente de aquel despacho. Su imaginación también tenía una fama similar. Federico no se preocupó hasta que vio al colegio vallado con paneles de madera y un cartel:

Municipalidad de Buenos Aires
Secretaria de Obras Públicas / Secretaría de Educación
Orden de demolición nº: 23.569
Arquitecto: Silvio Brasso
Fecha de obra: 17 de Diciembre 1969

- Sos un tarado, ¿ahora me lo venis a creer?    ...Bueno, dale. Pero me debés joda y lo sabés-. Colgó el teléfono sabiendo que en realidad Esteban quería más que nadie visitar el colegio, por última vez antes de perderlo para siempre.

En el medio de la noche y completamente abandonado, el colegio perdía su aspecto rector e institucional y tomaba un aire algo espeluznante. A diferencia de otras instituciones centenarias, esas construcciones que reflejan su dote de palacio educativo con el mármol de la rigidez pedagógica, su colegio era una estructura improvisada en una antigua fábrica devenida luego en oficina del gobierno y que eventualmente tuvo que apilar un par de salas más en la terraza para convertirse en una escuela; de corta vida. Las aulas oscuras se iluminaban solamente por una débil luz exterior que llegaba de las ventanas de azulejos de vidrio difuso. Había caños aserrados y ventilaciones innecesarias. El edificio entero mezclaba su última vocación inesperada con su antigua identidad.

Avanzaban sin saber muy bien qué buscaban, pero lo hacían muy despacio y con cuidado. Federico pensaba en cuán irónico era estar reviviendo aquel escape y rateada del año pasado pero a la inversa; entrando al colegio en vez de escabullirse afuera de él.
Miraban al colegio con cariño y tristeza. Querían respirar por última vez en aquel lugar, intentar de llevarse consigo la esencia de algo que no volvería a ser parte de sus vidas nunca más. La vida les mostraba por primera vez su naturaleza irreversible. Pensar que aquel gol que nunca fue en el patio, nunca será. Federico nunca tuvo una novia durante el secundario, y sabía que aquel iba a hacer un gran reproche en sus años maduros. Otras cosas más le acosaban a medida que recorrían casi en silencio.

Bajaron al subsuelo donde había un laboratorio precario y mal ventilado. Querían llevarse algún botín del que pudieran sacar provecho. Pero cuando terminaron de consumir los peldaños de las escaleras, encontraron tierra húmeda y removida en lugar de las baldosas grises de otrora. El olor rancio e intenso a humedad confirmaba que todo el subsuelo parecía recientemente excavado. Y después mucho más no recordaban. Esteban levantó del suelo un húmero sin saber bien que era, pero basto el débil halo de luz iluminando un rostro humano -gris, ojeroso y a medio enterrar- para que ambos corrieran hacia la salida con la misma intensidad que en su último día de clases, hace tan solo una semana.

Saturday, April 5, 2014

La espesura de la noche

Nunca resultaba como decían. Las tres horas de viaje prometido terminaban transformándose en nueve o diez, y este caso no era la excepción.
Habíamos abordado un micro con destino a la fronteriza ciudad de Huaquillas, en la Terminal Terrestre de Guayaquil, frente a la Río Daule de la Metrovía.
Aquel agobiante mediodía nuestra expectativa era llegar por la tarde a la frontera, cruzarla y una vez en Perú tomar allí otro micro hacia Lima. Pero  siempre las perspectivas suelen distar mucho de la realidad.
El micro, más parecido a uno de esos transportes de línea que circulan por el conurbano bonaerense que a un ómnibus de larga distancia, se detenía en cada poblado para subir pasajeros. Quince minutos en Durán, otros veinte en Puerto Inca y la eternidad se hacía una espera ansiosa.
En una de aquellas incesantes paradas, en la bananera Machala, cuando ya llevábamos más de tres horas de viaje transitando por los más húmedos y espesos parajes y el otrora soleado día había dado paso a un inmenso cielo gris que parecía desplomarse sobre nuestras cabezas de un momento a otro como la pesada y arcillosa cabellera de una Venus valdiviana, subió al micro un extraño personaje.
Era un hombre de unos cincuenta años, blanco, con unos enormes ojos claros y saltones y el cabello cano y revuelto como si recién se hubiese levantado de la cama. Vestía una camisa hawaiana naranja rabioso, un pantalón de lino crudo y una gallina bataraza bajo el brazo. Su imagen de gringo demente contrastaba con la de la mayoría de los mestizos campesinos que abordaron el micro en aquellos lares.
Se ubicó silenciosamente por el fondo del autobús y allí permaneció un largo rato hasta que apareció en el estrecho pasillo para recoger a la huidiza gallina que ahora caminaba muy oronda entre los asientos cercanos a la puerta de acceso. Unos alegres turistas brasileros reían por lo bajo de la bizarra situación y un cúmulo de voces murmurantes invadió el interior del rodado. Él, simplemente se limitó a tomar a la bataraza y como si fuese un paquete, a colocarla nuevamente bajo su brazo.
No volvimos a saber de él hasta que llegamos al pequeño Cantón Arenillas, a unos pocos kilómetros de la frontera. Pasó junto a nosotros, esta vez con la gallina atada en sus patas, y nos echó una mirada escrutadora y compasiva, como si entendiera nuestro cansancio y el hambre. Descendió del ómnibus y a través de la ventanilla lo observamos avanzar unos pocos pasos por un estrecho sendero de tierra. Ante nuestros atónitos ojos, lo vimos desaparecer dejando solamente, en la espesura de la noche, un rastro de plumas a lo largo del camino como única prueba irrefutable de su virtual existencia.


Sunday, March 30, 2014

Breve ensayo para entender la tristeza

Todos sentimos, alguna vez, tristeza. Quizá con la melancolía adherida a la piel como un abrojo cuando miramos aquella vieja foto veraniega en la cual nos veíamos jóvenes, despreocupados, pletóricos y, por qué no, más delgados  y sin arrugas; cuando escuchamos aquella canción melosa y comercial pero que en nuestra más tierna adolescencia ofició como banda sonora de nuestro primer amor o al oler aquel cálido y reconfortante aroma a pan tostado que nos transporta automáticamente a la infancia, a las meriendas con la abuela después del colegio, a aquella ilimitada felicidad pueril.
Lo que duele entonces, es ese sabor de ya no ser, la certeza de que el tiempo pasó como un vendaval, arrasando con la ligereza y la fluidez con la que vivíamos antaño y dejándonos solamente esa leve sensación de alegría que apenas entibia nuestra alma, como el sol en una mañana de otoño, cuando cumplimos años, nos vamos de vacaciones o nos visita un amigo.
 Lo que añoramos es la pérdida de la capacidad de sentirnos intensamente felices.

Otras veces la angustia se aloja en el centro del pecho, presionándolo, como un puñado de guijarros que alguna vez fueron sentimientos. Nos agobia desde que nos despertamos hasta que volvemos a apoyar la cabeza en la almohada para intentar, al menos por unas horas, sosegar el dolor profundo  de una separación, una muerte o un engaño,  en un despliegue onírico donde finalmente, la tristeza siempre terminará haciéndose presente.
Entonces lloramos sin dejar ni uno de nuestros músculos faciales en distensión; la respiración se nos entrecorta como si hubiésemos corrido una maratón; no podemos hablar y, tal vez, sobreviene la necesidad de golpear o romper algo o de abrazarse fuertemente a quien tenemos cerca para luego seguir llorando con más intensidad.
Duele, así, la absoluta e inexpugnable determinación de lo que fue y no será jamás de otra manera, lo irreversible de la situación. Fue y no hay vuelta que darle.
Ya no añoramos la perdida de la capacidad de sentirnos intensamente felices, ahora lo terrible, lo que lastima es el aniquilamiento de toda esperanza y la inutilidad de la melancolía. Nos sentimos desamparados, sabiendo que aquello a lo que nos aferrábamos no mutó sino que ya no existe.

En ocasiones, la tristeza no está atada al pasado, si no al presente. Y aquí es cuando entra en juego la frustración. Frustración por nuestro trabajo, nuestro salario, nuestra pareja o simplemente, por nosotros mismos. Podríamos haber logrado algo mejor, pensamos. Pero no. Quedamos inmersos en ese espacio intermedio entre lo que hubiéramos querido que sea y lo que no es.
Entonces la angustia se empasta con el enojo y nos queda en la boca el sabor amargo del fracaso. Nos lamentamos, puteamos, le reducimos al mínimo el nivel de energía destinada a aquello que nos inconforma, pero seguimos en el baile. Aunque bailemos con la más fea.
Duele, así, la incapacidad de cambiar lo que tenemos o lo que somos, de no sentirnos dueños ni siquiera del momento más seguro y activo que tenemos: el presente.

Hay tantas maneras de vivir la tristeza como personas en el mundo. Para algunos es momentánea. Para otros, una compañera de existencia que hace carne en cada instante, en cada experiencia. Lo cierto, es que siempre estará ahí, dispuesta a  aparecer con mayor frecuencia  que la alegría, porque como reza el viejo proverbio todos nacemos llorando y nadie se muere riendo.




Saturday, March 29, 2014

El Cepo

La luna y el sol compartían el cielo en aquel instante, como por error, o falla en la sincronización. Pero nada de eso era evidente detrás de la pesada capa gris de nubes.

Desde la ventana de la biblioteca, un estudiante observaba a una paloma sobre uno de los capiteles de concreto. Una de sus patas estaba recubierta de cemento y tenía incrustado un pequeño canto rodado. Los azares de la ciudad le habían jugado una mala pasada. Posarse sobre una preparación de cemento, o una vereda recién arreglada. No perdona las menores distracciones, y ejerce el destino sin método ni justicia.

A él le causaban gracia sus esfuerzos por no distraerse. Como si aquello fuera una mera cuestión administrativa del intelecto. Tenía bien claro acerca de la importancia y, peor aún, de las consecuencias de su flojera. Ponía su mente en blanco y se sentenciaba. La mente entraba en esas líneas, seguía esos renglones como andariveles. Concentrado en su propio estado de concentración, seguía y avanzaba indolente a través de las páginas de un escrito que a penas si estaba descifrando. Pero persistía, a la espera de poder finalmente sumergirse, ignorar a la paloma doliente o aquel zumbido proveniente de la luz de tubo vieja y expirada.

"Cuando termine todo esto me voy a dar un gusto", se decía intentando de sobornarse a sí mismo. Y ahora la lluvia, gotas finas que se estrellaban contra la ventada en un sonido seco. Utilizaba cada elemento del ambiente para intentar disciplinarse. Hojeaba el libro hacia adelante y con un lápiz hacía un círculo alrededor del número de página."Cuando termine este chaparrón, tengo que haber progresa hasta esta marca". Pero ahora la paloma raspaba su propia garra contra el cemento, escandaloso intento de deshacerse de su cepo de cal. No podría volar, pensaba él. Pero si ese fuera el caso, como llegó hasta ahí. Estos capiteles se terminaron de construir hace años. ¿Cómo diablos terminó esa paloma ahí?

Las ventanas no tenían aberturas, descartando así el acto piadoso. Siempre ignoró, sino detestó,
el destino de las palomas. Pero aquella mirada vacía -de perfil- era un indicio. A veces recordaba que solía jugar con las ramas de los árboles, evitar pisar las líneas entre las baldosas, o mirar el camino de las hormigas. Un día sin nombre comenzamos a ignorar esos rituales. Su concentración empezaba perder sentido y la paloma triste, esperaba su muerte sentada sobre el capital. Miraba por la ventana a los hombres en sus tareas.

Friday, March 28, 2014

Toolbox: Jorge Varlotta

“Es un error buscar fuentes exclusivamente literarias para la literatura, como si un fabricante de quesos tuviera que alimentarse exclusivamente de quesos”

Mario Levrero
(en un entrevista en 2002)

Manual de Economía



“El control se ejerce a corto plazo y mediante una rotación rápida, aunque también de forma continua e ilimitada. El hombre ya no está encerrado sino endeudado. Sin dudas, una constante del capitalismo sigue siendo la extrema miseria de las tres cuartas partes de la humanidad, demasiado pobres para endeudarlas, demasiado numerosas para encerrarlas”.
Gilles Deleuze “Conversaciones”


“Los ricos solucionan todo comprando y los pobres, endeudándose”.
Juan José Saer, “La grande”




Tarjeta de crédito

Toda la calle
De todas las calles
Me sacuden, me doblegan
Me obligan a comprar
más.
Soy pobre y peor aún
Voy camino a ser un endeudado.



Misterio

No sé cómo explicarlo
No habrá aporte este mes,
¿Qué hice con el dinero?
Un misterio irresuelto
Solo tengo una vida.
Y la vivo mal.



Día negro

Pareciera que el hombre debiera morir si no puede consumir.
Infelices perecen solos, sin más que un televisor o una bandera,
la cual idolatran.
Casi nunca la de una causa que lo emancipe.
Será un accidente, o una enfermedad.
El fin siempre parece más lejano de lo imaginado.
Cuando llegue ese día, la mutual, si tiene un trabajo blanco,
podrá aliviar a sus herederos,
‘Aliviar’ y ‘herederos’, si esta clasificación fuera pertinente.
Al menos unas infelices tablas de maderitas, con forma de ataúd, le serán provistos.
Al que se fue. Y a los que quedaron.



Medicina prepaga

Amanece.
Y la luz que entra por los paneles de vidrios transparentes
enceguece.
Pero ya no entrega esperanzas.
Ilumina la ventana de los consultorios externos.
Dichosos quiénes no van al hospital público.
A sufrir el calor en verano
Y el frío en invierno.



El día del trabajador

Sueño latente, somnoliento bostezar
Horas después, la pesadez se vuelve desgano.
Abre y cierra su boca, deja escapar el aliento
No más de dos segundos, y otra vez.
Torsiona la nuca hacia atrás. Y los ojos
enfrentan un apesadumbrado e incoloro techo.
Líneas transparentes, luminosas, perforan sus 
cortinas de trapo.
Se arrojan sin voluntad alguna sus lágrimas de cansancio.




Angustia silenciosa

Camina descalzo,
Mira el piso pero no lo ve.
Pisa un charco de agua verdusca.
Moscas que protestan lo fastidian.
Vienen y van. Vienen.
Chista, continúa su pesado andar. 
Piensa
en sí mismo.
  

La entrevista

El pantalón, con una raya inexpugnable.
Los zapatos radiantes de meta franela.
La camisa digna para la ocasión.
Un saco corderoy, de primera marca, de hace quince años.
Elástico vencido.
Un folio almacena la esperanza y la trayectoria de una vida.
La que merece ser contada. Una historia productiva.
Llegado el turno. Cuenta por qué está ahí.
Me comerán los ojos.
“En dos o tres días te llamamos”.




Vuelta completa

El deudor llora
cuando no tiene y compra por necesidad,
 siente culpa.
Cuando no tiene y compra por placer, el arrepentimiento será
retorno en escarnio
Cuando cobra su salario y lo destina a pagar lo que debe,
agudiza la impotencia.
Falta el dinero, ahora, 
el que tiene en su bolsillo
Ya está casi en su totalidad destinado
a cancelar lo adquirido y, no por ello,
dejar de sentirse robado.
Su ceguera no le permite avizorar el mecanismo, la trampa.
Los reflejos están vencidos, su economía real, despojada.
Tiene casi treinta días por delante, y humillado
Reincide endeudándose.




Fotocarnet

¿No se puede estar triste?
¿No se puede estar melancólico?
Debe fotografiarse en pose altiva.
No importa lo que haya en la mirada del modelo.
Un buen espíritu es el deber primario.
A los optimistas, 
el mundo les pertenece.




Crimen

Ya sabe que son nueve horas las que le demandará su trabajo.
En la profunda noche en la que todavía no es mañana, el endeudado no puede dormir.
El acreedor impersonal lo mantiene despierto.
En instantes sonará el despertador
Quince minutos antes conciliará el sueño,
Pero no podrá quedarse en la cama.

Saturday, March 22, 2014

La nada del ser




Me preguntan quién soy y no sé qué decir. Una pregunta tan sencilla, casi estúpida, cuya respuesta se escurre en mi mente como la mierda por el sumidero. Y es que me resulta, cuanto menos, impertinente hablar de mí misma; encasillarme en definiciones simplificadas para explicarme a los demás.  Definir o explicar siempre implica limitar, recortar, constreñir aunque sea, mínimamente, para que aquello que se arguye sea inteligible. Entonces, ¿cuál sería el recorte correcto que debiera hacer sobre la unidad que, en este caso, vendría a ser yo? ¿Debería sacar a relucir mis bondades y apenas dejar asomar por algún resquicio los defectos y carencias? Todo un dilema.
En este momento, más que ahondar sobre quién soy, me alcanza y sobra con saber quién ya no quiero ser.
Seguramente pensarán que tendría que ir al psicólogo y arreglar mi psique. ¡Y sí! Tienen razón. Ya iré (si los elevados honorarios del profesional y mi cada vez más deteriorada economía me lo permiten). Ya habrá tiempo de resolver, descubrir y afianzar. Por el momento, soy casi una desconocida para mí misma. No tengo en claro quién soy… y no me preocupa demasiado. Mucho menos a ustedes.

Creo que, aun habiendo hecho todo lo posible por evitarlo, he develado lo suficiente sobre mí. Porque cada palabra escrita ha sido previamente seleccionada y masticada hasta el hartazgo y cada frase, meticulosamente armada y concatenada con la siguiente.
Y aunque conscientemente me esfuerce por lo contrario, dejo en el papel, cada vez que escribo, un pedazo de aquello que creo ser o que en verdad soy pero niego o desconozco.






Who

-Do you really think that's who you are?- asked lecturing him.

-Well, not really- answered uninterested. The room was filled with cigar smoke and they have been passing the mate to each other for almost two hours.- I might know who I was or wanted to be, but... - and he couldn't finish the sentence.

-I do know that too -answered the first man- You lived almost your entire life in hometown with family and friends, and the reason why you like so much travelling is because it puts you in an odd situation where you have to figure things out by yourself, and to get to know you. That's why you are asking yourself this question. That's why you ended up in this cold city.

Indeed, it was cold. But travelling also provided him that clarity that comes only when you are far away from daily routine. And the current adventure was, by far, the biggest challenge.

-Well, while I lived back in home I studied my career, work, loved. All of them somehow connected. Even though I was warned about political science as a dead-end, when I was fifteen I saw the -greatest economical crisis, standing as a beholder. Impotent. -paused for a second to put his words together.- I felt it as personal commitment. Don't you think that defines a bit of who am I ?

He inhaled profoundly, preparing to dismiss the argument -And what have you done with that? Because as far as I remember you were also a sailing coach, construction worker, bookstore clerk for several years and that book repair thing that...

-Bookbinding-he interrupted.

-As you please. But where are the politics?- He poked him to get some answers.

-Everywhere, but a political cause is not something to die for, is something that makes us live for it -replied while scratching his hairless chin-. Think about love. Love is inherently political. Every time I felt in love, a true desire to be a better person invades me. A better person for her. I memorized poems, write, travelled long distances, and in most of the cases she didn't even knew, heard, or read what I did for her. But that's not the point of it.

While speaking, his eyes where lost in the cheesy table mat. But once done, he raised his head, saw his smile holding the laugh and the cocky look.

-Corny!-. He coughed.

-Love ain't just something that happens between two individuals. Is wider, way more complex and fulfilling than that-.

But there was no reply. Instead, he raised his shoulders. The conversation was going out of topic.

-And that´s your help when I truly ask you who am I? You know my life better than anyone...

-But you will never find out that talking to me-. He looked at him honestly. With his question still unanswered, he grabbed his coat, gave a last look to the man sitting on the table and left without his keys. He won't see him again.

Saturday, March 15, 2014

Toolbox: Siete sonetos medicinales, por Almafuerte

¡Avanti!

Para Don Félix J. Tettamanti

Si te postran diez veces te levantas
Otras diez, otras cien, otras quinientas...
No han de ser tus caídas tan violentas
Ni tampoco, por ley, han de ser tantas.


Con el hambre genial con que las plantas
Asimilan el humus avarientas,
Deglutiendo el rencor de las afrentas
Se formaron los santos y las santas.


Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
Nada más necesita la criatura,
Y en cualquier infeliz se me figura
Que se rompen las garras de la suerte...


¡Todos los incurables tienen cura
Cinco segundos antes de la muerte!


¡Piú avanti!

No te des por vencido, ni aun vencido,
No te sientas esclavo, ni aun esclavo;
Trémulo de pavor, piénsate bravo,
Y arremete feroz, ya mal herido.


Ten el tesón del clavo enmohecido,
Que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo;
No la cobarde intrepidez del pavo
Que amaina su plumaje al primer ruido.


Procede como Dios que nunca llora,
O como Lucifer, que nunca reza,
O como el robledal, cuya grandeza
Necesita del agua y no la implora...


¡Que muerda y vocifere vengadora,
Ya rodando en el polvo tu cabeza!


¡Molto piú avanti!

Los que vierten sus lágrimas amantes
Sobre las penas que no son sus penas;
Los que olvidan el son de sus cadenas,
Para limar las de los otros antes;


Los que van por el mundo delirantes,
Repartiendo su amor a manos llenas,
Caen, bajo el peso de sus obras buenas
Sucios, enfermos, trágicos..., ¡sobrantes!


¡Ah! ¡Nunca quieras remediar entuertos!
¡Nunca sigas impulsos compasivos!
¡Ten los garfios del odio siempre activos,
Y los ojos del Juez siempre despiertos!...


¡Y al echarte en la caja de los muertos,
Menosprecia los llantos de los vivos!


¡Molto piú avanti ancora!

El mundo miserable es un estrado
Donde todo es estólido y fingido,
Donde cada anfitrión guarda escondido
Su verdadero ser, tras el tocado.


No digas tu verdad ni al más amado;
No demuestres temor ni al más temido;
No creas que jamás te hayan querido
Por más besos de amor que te hayan dado.


Mira cómo la nieve se deslíe
Sin que apostrofe al sol su labio yerto,
Cómo ansía las nubes el desierto
Sin que a ninguno su ansiedad confíe...


¡Trema como el Infierno; pero ríe!
¡Vive la vida plena, pero muerto!


¡Moltissimo piú avanti ancora!

Si en vez de las estúpidas panteras
Y los férreos estúpidos leones,
Encerrasen dos flacos mocetones
En esa frágil cárcel de las fieras,


No habrían de yacer noches enteras
En el blando pajar de sus colchones,
Sin esperanzas ya, sin reacciones
Lo mismo que dos plácidos horteras;


Cual Napoleones pensativos, graves,
No como el tigre sanguinario y maula,
Escrutarían palmo a palmo su aula,
Buscando las rendijas, no las llaves...


¡Seas el que tú seas, ya lo sabes:
A escrutar las rendijas de tu jaula!


¡Vera violetta!

En pos de su nivel se lanza el río
Por el gran desnivel de los breñales;
El aire es vendaval, y hay vendavales
Por la ley del no-fin, del no-vacío;


La más hermosa espiga del estío
No sueña con el pan en los trigales;
El más noble panal de los panales
No declaró jamás: Yo no soy mío.


Y el sol, el padre sol, el raudo foco
Que fomenta la vida en la Natura,
Por fecundar los polos no se apura,
Ni se desvía un ápice tampoco...


¡Todo lo alcanzarás, solemne loco,
Siempre que lo permita tu estatura!


La yapa

Como una sola estrella no es el cielo,
Ni una gota que salta, el Océano
Ni una falange rígida, la mano,
Ni una brizna de paja, el santo suelo:


Tu gimnasia de cárcel no es el vuelo,
El sublime tramonto soberano,
Ni nunca podrá ser anhelo humano
Tu miserable, personal anhelo.


¿Qué saben de lo eterno las esperas:
De las borrascas de la mar, la gota
De puñetazos, la falange rota;
De harina y pan, la paja de las eras?


¡Detente! por piedad, pluma, no quieras
Que abandone sus armas el ilota!


---------

Encuentro estos sonetos fascinantes por diferentes motivos. Leída hoy, la obra de Almafuerte me sienta a menudo chocante. Los siete sonetos desnudan un lento camino hacía la desesperanza y una vuelta a travez de la afirmación del hombre como ser finito pero aún así potente (porque -por otro lado- es lo único a lo que podemos aspirar).

En los primeros tres sonetos viaja de la adversidad hacia la desesperación y el menosprecio al ser humano. Hacia un individualismo egoísta ( ¡Y al echarte en la caja de los muertos, /Menosprecia los llantos de los vivos!). En la segunda mitad, recupera su Fe, pero en el hombre. No pierde su egoísmo, sino que se reconcilia con el hombre al conocer sus reales dimensiones. Quizás ahí haya sido cuando se le dio por pensar en Dios.

En fin, quizás parezcan un poco llanos estos sonetos, pero yo siempre los disfruté. Más aún, me recuerdan al penoso y desesperante ejercicio de escribir


Vivir es hacer, reflexión personal

El matecito a la mañana no me lo quita nadie. Ni aún estando en Canadá. Pero esta segunda crisis existencial, la es mas desesperante que la primera. Porque cuando somos adolescentes, existe la certeza de no saber qué es lo que queremos. Es eso mismo lo que la gente espera de un muchacho de unos 16 años que a penas si puede crecer una pelusa en la pera. Pero en este presente de incertidumbre y código htlm, es muy posible que uno mantenga esa incertidumbre sobre la vida aún superados los 25 años. Y sin siquiera una barba decente.

Hace unos meses escribí acerca de lo que significa encontrar nuestra pasión en la vida (Find your passion, yeah sure...) y esta quizás sea una contracara más pesimista, no por ello menos humana. Hay un dilema interno entre la necesidad de encontrar cierta claridad respecto al camino a seguir y la urgencia de dejar de perder el tiempo y ponerse manos a la obra. Pero...   ¿¡cuál obra?!

Sucede que mi mente tiene cierta creatividad a la hora de comenzar proyectos, pero le falta la persistencia y perspicacia para llevarlos adelante y ser exitoso. He sido muchas cosas en los últimos diez años que me apartan de mi graduación secundaria. Pero más personajes terminados, estos son fantasmas que me reclaman su atención en los momentos de reflexión. Allí está mi taller de encuadernación, mi título de licenciado, mis ansias de viajar, de escribir, mi proyecto cervecero, siguen firmas.
Buscar claridad en los lugares equivocados: un paso indispensable

Luego vienen esas reuniones con los compañeros del secundario y descubrimos que nuestra primera noviecita se casó y espera una hija, que un compañero comenzó un exitoso emprendimiento, otro que sigue una carrera en una empresa, algún que otro perdido como vos,
pero es lo de menos. Hay una falsa envidia hacia aquellos que lucen confiados siguiendo el camino que eligieron, o el que les tocó. No todos deben estar conformes, pero el momentum de depresión vocacional me tuerce. Ninguno de sus caminos me sirve para ser feliz. Se confirma la noción de lo inútil que es la envidia.

Quizás me haga falta el valor para enfrentar algunas de los desafíos que necesariamente vienen en el camino de mis anhelos. Una bruma que no me deja ver el camino, y al no verlo me rehúso a caminar lleno de incertidumbre hacia la esa bruma. Pero el hecho de no ver las cosas no quiere decir que no estén ahí.  ¿Me hace falta dar un salto de Fe? Hacía dónde hay que saltar para darlo?

La primera mentira



Cargo hace siglos en mi espalda
el peso de históricas mentiras
condenada al exilio del Edén
Por pecadora, rebelde y corrompida.

Quizá se halle entre las causas,
la malicia y la envidia masculina
por ser yo quien guarda en su vientre
el mágico poder de crear vida.

Fue así que me encerraron en la casa,
engrillada al marido y la familia
Y para afianzarse en su sentencia
Alegaron, raciocinio no tenía.

Hoy decidí liberarme,
estalla mi pecho en rebeldía,
saldré a conquistar el mundo
tal como yo lo decida.

De a poco abriré las alas,
como lo hacen al calor las golondrinas,
volaré por los cielos de prejuicios
y al llegar al lugar donde se abrigan
mis sueños de mujer emancipada,
entonces volveré a ser mía.





Friday, March 14, 2014

Toolbox: My Favourite artisic advice

El espacio Toolbox (Caja de herramientas) tiene el único propósito de compartir todas las fuentes y recortes que encontremos y que sean algún tipo de aporte a la creatividad y la escritura. Se acepta todo tipo de aporte que pueda ser publicado en el blog (Cartas, dibujos, videos, fotos, canciones, sonidos).

Como primer aporte, uno de los trabajos de Lev Yilmaz de su ciclo "Tales of Mere existence" (Cuentos de la mera existencia). 

Mi consejo artístico favorito: Basado en una carta escrita por la artista Sol LeWitt para Eva Hesse, con algunas alteraciones de Lev Yilmaz.


No conseguí los subtítulos, aunque prometo seguir buscando o eventualmente hacerlos por mano propia. Hay cantidad de excelentes videos suyos en la web, muchos de ellos con subtítulos en español.

Saturday, March 8, 2014

El grito

Merece morir aquel que no haya sentido que su mundo actual es un fraude.

Al menos una vez.

El presente sin salida. El despojo y la rutina. Cíclico.

Una pared sin puertas.

Pero tampoco un espacio o un tiempo detrás de esa  puerta, que no existe.

Una dulce clemencia, la libertad.

Me podría cortar la pija para librarme de desear. O dormirme antes de ser salvado.

La forma imprecisa del deseo. Y sentir que respiramos allí.

Nuevas angustias que suplantan a las olvidadas. Las que se hacen soportables precipitan.

Ser libre consiste en no resignarse. Aunque aquello nos cueste la libertad.

Los desterrados hijos de Eva

(Habitación pequeña con muros pintados color tabaco. Una tenue luz expelida por una ruinosa lámpara colgante, ambienta la alcoba en cuyo centro se ubica la cama de dos plazas. Allí, un hombre y una mujer desnudos conversan animosamente después del acto sexual. Se nota en sus gestos y en sus miradas cómplices que se conocen hace tiempo)

-Yo empecé en el negocio hace 20 años. Es lo único que sé hacer.
Desde muy chica arranqué, porque había que comer y el viejo se gastaba la guita en chupi. Así que ahí nomás, a los dieciséis ya estaba en la lleca.
(Nostálgica) Era una mocosa re bonita yo. Porque vos ahora me ves así, pero no sabes lo que era. Una muñeca. (Pausa)
Mi prima La Coca, que laburaba en la ruta desde hacía rato, me inició en esto. Me dijo que iba a sacar algún cobre y que así iba a poder vivir. Lo pensé un poco y bueno, le dije que sí. Al principio tenía miedo pero después te acostumbrás, como todo en la vida.
Entonces agarré una noche, me fui al cruce con La Coca y ahí me levantó un camionero. Esa fue la primera vez, allá en Formosa. Como a los 25 me vine para Buenos Aires y acá me quedé. (Silencio)
Las que pasé yo. Si te cuento, no termino más. En este oficio conocés de todo. Imagináte la de pijas que habré visto en mi vida. Largas, cortas, gordas, flacas… de todo tipo. (Risas) Que se yo, no me quejo. Hay que darle para adelante y apechugar como dicen, viste. Bancarse la que venga.
Bah, me imagino que en tu laburo también debés escuchar cada cosa... Che, contáme, ¿y a vos, con todos los oficios que hay… qué se te dio por hacerte cura?-.




Saturday, March 1, 2014

Los afirmadores de historias

No mucho tiempo atrás, perdido en el los límites entre Parque Patricios y Boedo, aún vivía el último afirmador de historias (en desuso). Una especie condenada a la extinción y desprestigiada por los activistas por los derechos humanos. Pero en los albores de la sociedad, los afirmadores de historias fueron eminentes individuos.

Su tarea era sencilla en virtud de sus poderes. Eran descendientes de la tradición del relato oral épico. Al igual que Homero, su identidad era nebulosa, cuando no anónima. Pero sus cantos y relatos eran recordados por la peculiar capacidad de convertirse en un hecho verídico en el momento de su narración. Se decía que ninguno de sus relatos podría finalizar sin que aconteciera al menos una muerte. Y también se decía que siempre cumplían con sus altos estándares de calidad literaria y precisión homicida. De allí que luego de llamarse cantores por siglos, la plebe los comenzó a señalar como los Afirmadores de historias.

No eran artistas de público multitudinario. Más bien se debían a un magro conjunto siempre irregular y disperso de personas que no tenían mayor interés que la curiosidad. En su mayoría ignoraban las consecuencias del relato, pero algunos crédulos o bien informados solían entrar en pánico al escuchar mencionado el nombre de alguna calle de su barrio, de un vecino o el suyo. El orador no respetaba ética alguna, no se lo debía a nadie. Su tarea era literaria y no necesariamente justa. En la antigua Grecia, los escritores de obras teatrales eran quienes tenían a su cargo la instrucción moral y pedagógica. Los cantores se avocaban a relatos populares y casi siempre sangrientos. Muchas personas intentaron de persuadirlos de narrar historias que les convinieran, pero su falta de ética era total. Ignoraban toda distracción que los desviara de su tarea artística. Se dice que un cantor escuchó la historia de de una mujer abandonando a su recién nacido en las calles de Nantes, y él mismo continuó narrando la historia de cuando un carruaje aplastó el cráneo del recién nacido. A la mujer le deparó una vida larga y prosperidad modesta.

De sus relatos casi nada ha quedados. Crónicas policiales pobremente escritas y libros de historia que no se comparan con aquellos excelentes y efímeros relatos. Existieron densos registros de algunos relatos que fueron guardados en la antigua Biblioteca de Alejandría, y posteriormente incendiados por decisión el emperador Omán en el relato de un cantor persa anónimo. De aquel lugar sólo escaparon hacia la divulgación dos relatos del genial Homero: el cantor de las guerras cretenses. Pero nada más.

Las muertes de hoy se perpetran con mayor precisión e inversa cualidad poética. Los afirmadores de historias fueron descubiertos uno a uno a partir de la invención de la imprenta y los medios de comunicación. Aún temidos, nunca utilizaron sus relatos para deshacerse de los ejecutores. Algunos aún permanecen, como poetas depuestos, a la espera de un nuevo tiempo literario.

Friday, February 28, 2014

Suicidio

Todos los días Ernesto esperaba ansioso los resultados del Concurso Nacional de Cuentos Cortos. Ni bien despertaba, encendía el celular, revisaba el correo de voz y chequeaba los mails. Al levantarse, se dirigía al comedor diario donde estaba el teléfono de línea y escuchaba, expectante, los mensajes en el contestador. Necesitaba asegurarse de que ninguna notificación se le pasaría por alto.
            Mientras desayunaba su rutinario café negro, visitaba el sitio web de la Fundación Argentina de Letras- institución que organizaba el concurso- donde se publicaría el nombre del afortunado ganador que se haría con el premio de diez mil pesos.
            Le gustaba imaginarse a sí mismo en el instante en que recibiría la noticia. Se soñaba cobrando aquel cheque, reconocimiento a su talento y esfuerzo, que tanto bien le haría a su economía hogareña. Tenía cientos de destinos para el dinero: arreglar la cocina; comprar un auto; llevar a Beatriz, su esposa desde hacía veinticinco años, a un romántico viaje de placer al Calafate o, por qué no, ahorrarlo por si acaso.
            Habían pasado ocho meses desde que se había presentado al concurso con aquel cuento breve sobre un hombre obstinado que decidía quitarse la vida inoportunamente. Durante el primer mes, aguardó pacientemente. Era un tiempo prudencial, pensaba, para que el jurado pudiera leer la totalidad de las obras, analizarlas y ponerse de acuerdo para elegir la mejor. Pero a partir del segundo mes, la ansiedad lo había asaltado. Enviaba correos electrónicos o llamaba todas las semanas a las oficinas de la Fundación; consultaba a los otros participantes por si tenían novedades y atormentaba a Beatriz hablando incesantemente del certamen.
            Para Ernesto no había más motivación en su vida que ganar ese concurso. Desde que sus hijos habían abandonado el hogar paterno, la existencia se le había transformado en un cúmulo gris de experiencias, recuerdos, hábitos y mediocridad. Trabajaba, sin pena ni gloria, en la misma oficina de seguros desde hacía treinta años. Su matrimonio con Beatriz, otrora alegre y apasionado, había devenido en un monótono compañerismo plagado de discusiones sin sentido y rencores añejos.
            Sólo escribir le permitía trascender. A través de sus personajes, siempre febriles y taciturnos, podía vivir cientos de vidas diferentes sin pagar el pesado costo del error y el arrepentimiento. Podía ser  un obrero andaluz en huelga, una ambiciosa prostituta neoyorquina o un marino japonés de la Segunda Guerra. Lo único que no deseaba era ser un empleado de seguros, de cincuenta y dos años, casado y en plena crisis del nido vacío.
            Aquella mañana había decidido que no iría a trabajar. Le había pedido a Beatriz que llamase a su jefe para decirle que estaba enfermo. Como desde hacía ocho meses, se cercioró por todos los medios posibles que no había novedades del concurso.
            Bebió a sorbos el intenso café que había preparado y sacó del cajón el cuento corto presentado en el certamen. Se encerró en la habitación y encendió la lámpara del escritorio. Acomodó las dos escasas hojas de desarrollo del cuento y comenzó a leer atolondradamente frases sueltas. Palabras salteadas, incoherentes, brotaban por doquier ante sus ojos.
            Rutina-muerte-suicidio-disparo-teléfono-esposa.
            Algo no le satisfacía de aquella secuencia. No sabía reconocer qué, pero se sentía molesto.
            Probó con otra lista de palabras: matrimonio-recuerdos-vida-habitación. Nada.
            Entonces se dio cuenta que su obra le avergonzaba. La notó sosa, literariamente pobre, carente de recursos que hicieran de ella una pieza atrapante, digna de ser leída. Pensó que jamás ganaría el concurso. El jurado no podría elegir tamaño ejemplar de literatura barata.
            Lloró. Gritó. Golpeó fuertemente con sus puños el escritorio.
            Abrió la segunda gaveta del mueble y sacó el revólver envuelto en una gamuza, dispuesto a poner fin a aquella vida de presentes sórdidos y futuros demasiado ciertos. Cargó el tambor. Apuntó a su cabeza y apretó el gatillo.
            Tras el disparo, sólo se oyeron los gritos desquiciados de Beatriz. 
            Minutos después llegó la policía. Un forzudo agente logró derribar la puerta mientras el otro intentaba calmar a la viuda. Encontró al hombre derrumbado sobre un extremo del amplio escritorio cubierto de un espeso charco de sangre. A un costado de su cabeza, las dos páginas yacían casi impolutas. El oficial se acercó y leyó la primera oración: “Todos los días Ernesto esperaba ansioso los resultados del Concurso Nacional de Cuentos Cortos”.

            Mientras tanto, en el comedor diario sonaba el teléfono. Una empleada de la Fundación Argentina de Letras quería comunicarle a Ernesto Páez que había sido elegido ganador del certamen.