No
mucho tiempo atrás, perdido en el los límites entre Parque
Patricios y Boedo, aún vivía el último afirmador de historias (en
desuso). Una especie condenada a la extinción y desprestigiada por
los activistas por los derechos humanos. Pero en los albores de la
sociedad, los afirmadores de historias fueron eminentes individuos.
Su tarea era sencilla en virtud de sus poderes. Eran descendientes de la
tradición del relato oral épico. Al igual que Homero, su identidad
era nebulosa, cuando no anónima. Pero sus cantos y relatos eran
recordados por la peculiar capacidad de convertirse en un hecho
verídico en el momento de su narración. Se decía que ninguno de
sus relatos podría finalizar sin que aconteciera al menos una
muerte. Y también se decía que siempre cumplían con sus altos
estándares de calidad literaria y precisión homicida. De allí que
luego de llamarse cantores por siglos, la plebe los comenzó a
señalar como los Afirmadores de historias.
No eran artistas de público multitudinario. Más bien se debían a un
magro conjunto siempre irregular y disperso de personas que no tenían
mayor interés que la curiosidad. En su mayoría ignoraban las
consecuencias del relato, pero algunos crédulos o bien informados
solían entrar en pánico al escuchar mencionado el nombre de alguna
calle de su barrio, de un vecino o el suyo. El orador no respetaba
ética alguna, no se lo debía a nadie. Su tarea era literaria y no
necesariamente justa. En la antigua Grecia, los escritores de obras
teatrales eran quienes tenían a su cargo la instrucción moral y
pedagógica. Los cantores se avocaban a relatos populares y casi
siempre sangrientos. Muchas personas intentaron de persuadirlos de
narrar historias que les convinieran, pero su falta de ética
era total. Ignoraban toda distracción que los desviara de su
tarea artística. Se dice que un cantor escuchó la historia de de
una mujer abandonando a su recién nacido en las calles de Nantes, y
él mismo continuó narrando la historia de cuando
un carruaje aplastó el cráneo del recién nacido. A
la mujer le deparó una vida larga y prosperidad modesta.
De sus relatos casi nada ha quedados. Crónicas policiales pobremente
escritas y libros de historia que no se comparan con aquellos
excelentes y efímeros relatos. Existieron densos registros de
algunos relatos que fueron guardados en la antigua Biblioteca de
Alejandría, y posteriormente incendiados por decisión el emperador
Omán en el relato de un cantor persa anónimo. De aquel lugar sólo
escaparon hacia la divulgación dos relatos del genial Homero: el
cantor de las guerras cretenses. Pero nada más.
Las muertes de hoy se perpetran con mayor precisión e inversa cualidad
poética. Los afirmadores de historias fueron descubiertos uno a uno
a partir de la invención de la imprenta y los medios de
comunicación. Aún temidos, nunca utilizaron sus relatos para
deshacerse de los ejecutores. Algunos aún permanecen, como
poetas depuestos, a la espera de un nuevo tiempo literario.
No sé por qué me recordó a Cortázar cuando lo leí. Hay una influencia en el estilo quizá. Muy original y casi que pensé que era algo verídico. Me gustó. Podrías ampliar un poco más sobre el ultimo afirmador de historias que vivía en Boedo.
ReplyDeleteA mí me hace acordar a una copia medio berreta entre Cortázar y Dolina. Si nunca leíste las Crónicas del Ángel Gris no te hablo más.
ReplyDeleteEl año pasado leí una entrevista que le habían hecho a Hemingway en el Paris Review donde contaba algo que me pareció interesante:
"If a writer stops observing he is finished. But he does not have to observe consciously nor think how it will be useful. Perhaps that would be true at the beginning. But later everything he sees goes into the great reserve of things he knows or has seen. If it is any use to know it, I always try to write on the principle of the iceberg. There is seven-eighths of it underwater for every part that shows. Anything you know you can eliminate and it only strengthens your iceberg. It is the part that doesn’t show. If a writer omits something because he does not know it then there is a hole in the story."
Me parece interesante para destacar. Ese fetiche de lo que se oculta.
La entrevista entera está en: http://www.theparisreview.org/interviews/4825/the-art-of-fiction-no-21-ernest-hemingway
Ok, aquí mi traducción artesanal:
ReplyDelete"Si un escritor deja de observar, él está terminado. Pero no tiene que observar conscientemente ni tampoco pensar en cómo le será de utilidad. Quizás eso sea verdad en el principio. Pero luego todo lo que ve va a parar a una gran reserva de cosas que sabe o ha visto. Si tiene alguna utilidad saberlo, yo siempre escribo con el principio del iceberg. Hay siete octavos bajo el agua por cada parte a la vista. Cualquier cosa que sepas la puedes eliminar y no hace más que fortalecer al iceberg. Es la parte que no se muestra. [Por otro lado] Si un escritor omite algo porque no lo sabe, entonces queda un agujero en la historia."
Jajajja, no leí Las crónicas del Ángel Gris. Que loco que los dos hayamos referido a Cortázar para este tema. Me quedo con esta frase "Si un escritor deja de observar, él está terminado." Me encantó, creo que ahí empieza todo.
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