Saturday, February 15, 2014

El fin de la eternidad

Había más de una decoración de extraño gusto en la habitación de mi tío. Desde que se separó de su mujer, mi papá lo trajo a vivir con nosotros. Su mujer nunca fue mi tía porque nunca la conocí ni la saludé. Solo se que un día dejó de estar con mi tío, y él pasó a vivir con nosotros. Compartíamos una pared entre nuestros cuartos.


La primera vez que mi tío me enseñó algo, fue a encender una hornalla con un fósforo. La clave de la ignición, según él, era soplar la caja y el fósforo antes de raspar. Para mí fue una pérdida de tiempo. Mi madre me pegó flor de bife en el momento en que quise demostrarle lo aprendido. Lloré por el golpe y por la bronca. La trampa de mi tío me introdujo en aquello que “hay cosas que solo hacen la gente grande”.


Al rato mi tío se asomó. Yo lo odiaba. Pero el me sopló la frente, me agarró una mano y se sentó al lado mío en la cama. No te enojés changuito, tu abuela nos fajaba con un florete que guardaba en su armario. Lo compró solo para cuando macaneabamos con tu padre-. Había cosas que, yo, no entendía. -¿Qué cuándo conocí a tu papá? Es mi hermano chango, tu abuelo y abuela son mi papás también.


-Bueno, pero si te lo digo no se lo podés decir a nadie-. Fue inevitable en mí preguntarle al tío por la vez en que se metieron en peores problemas. La razón por la que te enseñé a usar los fósforos es porque el fuego es el fin de la eternidad. Nada sobrevive al fuego, porque deja de ser lo que es. Ya me vas a entender. Pero bueh, mirame a los ojos: lo que no podés comentar a nadie es que en el barrio vive una bruja. Este mismo. Sí, sí. No, no como las que habrás visto dibujadas o como tu maestra de jardín. Esta es una bruja seria y de verdad.
Una noche con tu viejo nos escapamos por el jardín trasero de la casa de los abuelos. Queríamos ir a la casa de Diego que le habían regalado una serpiente mascota.Yo no presté atención, pero a mitad de camino tu viejo se asomó a la ventana de donde escucho un ruido y vió a un hombre descociendo a una mujer con sus manos.


Yo tendría unos ocho años, y tu papá la misma edad que vos chango. Yo le expliqué que no era lo que él pensaba, pero él insistió en que la estaba descociendo. Nos quedamos mirando como dos bobos sin darnos cuenta que una señora nos había visto. Salió de la casa y nos rajó a patadas. Diego no nos creyó, y nosotros no nos dimos cuenta. Pero a la vuelta, caminando en ese silencio de calle de barrio, vimos a la misma vieja que caminaba con ese mismo hombre que antes descocía a una mujer. Lo llevaba de una correa invisible, hasta que se pararon de frente a un cedro viejo que siempre desentonó con el resto de la arboleda. Ahí nomás y de un saque vimos como la vieja le arrebató el corazón y lo encerró bien adentro de la corteza del cedro.


No es broma chango, es ese mismo cedro de la calle Castelli. Ahí mismo, sólo que en ese entonces había un baldío enfrente. Nosotros estábamos tan cagados que nunca dijimos nada, por miedo a que la vieja nos venga a buscar. La prudencia la perdí hace tiempo chango, pero no el miedo. Con tu padre quisimos ir a quemar ese árbol hasta las raíces en contadas ocasiones. Para liberar a esos de su condena, pero el miedo siempre pudo más. Eso, y una duda final sobre si aquellos encerrados en el cedro no lo merecerían.


Fuí fiel al tío y nunca conté nada. Más aún, nunca volví a recordar esa historia hasta más de diez años después, cuando el tío desapareció de un día para el otro. Mis papás se preocuparon pero no hicieron nada. Yo fui a echar un vistazo al viejo cedro, en busca de un nuevo retoño.




1 comment:

  1. Me gustó la trama del relato. La mezcla de realismo y fantasía en una misma narración, (además breve). La escena del cedro me recordó a cierta parte de la película "Sleepy Hollow" jejejje. En fin, pulgares para arriba

    ReplyDelete